¿Cuántas veces has dejado de leer en la primera página porque el comienzo te horrorizaba? Y no me refiero a un relato de horror, porque entonces habría cumplido su objetivo. ¿Y cuántas habrías collejeado al autor por hacerte perder el tiempo con un final del relato corto soso o sin sentido?
Vivimos en una vorágine de idas y vueltas, de salidas y entradas, de subidas y bajadas, y no queremos que nos hagan perder el tiempo. Seleccionamos lo que nos gusta en los instantes iniciales, en las primeras líneas, casi a primera vista. A cambio del esfuerzo de leerla y de regalar nuestro tiempo, esperamos un resultado a la altura.
Esta introducción, por ejemplo, está quedando demasiado larga. Y no veo la manera de terminarla satisfactoriamente. Así que, vayamos al asunto que te ha traído hasta mi blog y que titula el artículo.
Empezar el relato corto demasiado pronto
Hay que entrar en la narración en el momento justo, ni muy pronto ni muy tarde. Como en la vida sentimental de alguien. Si llegas antes, te encontrarás el corazón reservado. Y si lo haces demasiado tarde, estará cerrado por reformas.
Un relato debe comprimir la información al máximo, y una de las partes que se pueden omitir suele estar al principio. ¿Qué sucede si empezamos la historia antes de tiempo? Si tenemos claro que es un ejercicio exclusivamente para nosotros y que es una información que nos servirá para conocer acontecimientos que influirán en el futuro, nada. Pero no debe llegar al lector. Repito: no debe llegar al lector. Que se quede en nuestra cabeza. No olvides borrarlo todo una vez que lo has asimilado.
Hay que sumergirse en la historia in medias res, o sea, en el meollo. Un relato corto no es una novela, que permite digresiones. No hay que poner los garbanzos en remojo y esperar toda la noche. La narración debe comenzar con el guiso cociendo, el chorizo blandito y la punta de jamón dándole sabor. Casi echando mano del fuego para apagarlo. Y la escena en la que los garbanzos reposan en un cuenco sumergidos en agua, la observamos nosotros solos, sin público. Y después trasladamos la experiencia al guiso.

Un buen comienzo en un relato corto es la clave para que el lector continúe con la narración. Si el inicio es aburrido, o no aporta nada fundamental a la historia, es mejor reescribirlo entero. He aquí tres buenos ejemplos de éxito:
“Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor.” Asfixia – Palahniuk
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: “Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias”. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.” El extranjero – Albert Camus
“Soy un hombre enfermo… Un hombre malo. No soy agradable. Creo que padezco del hígado. De todos modos, nada entiendo de mi enfermedad y no sé con certeza lo que me duele. No me cuido y jamás me he cuidado, aunque siento respeto por la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente supersticioso, cuando menos lo bastante para respetar la medicina (tengo suficiente cultura para no ser supersticioso, pero lo soy). Sí, no quiero curarme por rabia. Esto, seguramente, ustedes no lo pueden entender. Pero yo sí lo entiendo.” Memorias del subsuelo – Dostoyevski
Aquí hay más comienzos de relatos con los que merece la pena recrearse.
Terminar el relato corto demasiado tarde
En el otro extremo de la cuerda está el final del relato corto. La conclusión nos debe dejar hiperventilando, con la sensación de querer leer más obras del autor (ejem), entusiasmados, sorprendidos, exhaustos…
La historia debe terminar donde lo hace la anécdota que hemos decidido contar. No valen reflexiones posteriores. Esas se deben deducir del relato completo… A ver, es relativo. En literatura vale todo. Pero si hemos narrado la historia de un hombre que atraca un banco, es más certero terminarla cuando sale de él y un ejército de policías le acribilla –o escapa huyendo por las alcantarillas, como una rata–. Y no reflexionar sobre su vida posterior y sobre cómo el dinero que robó le provocó remordimientos y a los dos años terminó devolviéndolo.
Tampoco sirven los deus ex machina porque no sabemos cómo resolverlo. Sacarse un conejo de la chistera está muy bien para los espectáculos de magia, pero aquí no hemos venido a representar uno, sino a recrear la vida real. Y en ella, la magia no existe. No, ni siquiera en algunas relaciones sentimentales en las que saltan chispas. Eso se llama química.
El relato corto hay que terminarlo con la propia lógica por la que la trama nos ha ido guiando. Esas semillas que hemos plantado florecen al final y elevan un bosque de emociones que alcanza el cielo. O debería.
A mí me gusta dejar los relatos abiertos a la imaginación, como en ‘El lago de los cisnes de 200 kilos’ o en ‘Cuarenta minutos’. Creo que deja un regusto agradable en el paladar del lector, que se queda dando vueltas un buen rato al dulce hasta que se lo traga entre gemidos de placer. O eso quiero pensar, que los escritores somos mucho de imaginarnos cosas.

No reescribir el comienzo del relato corto cuando ya tenemos el final
Una vez que hemos dado con ese final del relato corto que va a poner la carne de gallina a los lectores, hay que revisar el comienzo y comprobar que encajan todas las piezas. Es el momento de pulirlo, acomodándolo al final. Ese inicio que nos parecía a la altura de ‘La metamorfosis’, quizás necesite matizarse un poco.
Piensa en la imagen de la pescadilla que se muerde la cola. No existe ninguna fisura por la que escaparse. Es perfecta. La boca del pez muerde su propia cola, que entra en la boca con el objetivo de encajarse como un guante y no desplazarse más. ¿Es una cola muy vaga o una boca a la que le gusta tenerlo todo controlado? ¿Es una boca conformista que ya no quiere nadar o una cola que quería pasar a la posteridad en un refrán?
Sea como fuere, el principio afecta al final. Y el final, al principio. Y así se cierra el círculo y nuestra historia encaja como un puzle de mil piezas al que no le falta ninguna. Anda que no da rabia que el perro se haya comido una y tú te des cuenta después de dos meses de tratar de formar el cielo nítidamente azul.
Y aquí he de referirme otra vez al relato ‘El lago de los cisnes de 200 kilos’. Es un buen ejemplo de lo que estoy hablando, de cómo el final gira hacia el principio en un círculo del que ya no sales.
Resumiendo: hay que cuidar el principio, el final del relato corto y sincronizar ambos. Y de la parte central, del hueso alrededor del que crece todo, hablamos otro día.
Hola, David.
Esta mañana he leído la entrada sobre corregir textos (muy buena también, como esta) y esa me ha traído a esta sobre los errores en los relatos. Y estoy enmendando el segundo error que mencionas, justo en un relato que estoy revisando. Así que, ¡gracias!
Un saludo,
Óscar