Aprender a escribir con las ocurrencias de un hijo parece una idea descabellada, pero después de 10 años de experiencia, puedo asegurar que no lo ha sido.
Hoy, mi hijo cumple 10 años, y no sólo he aprendido a ser mejor escritor a su lado, sino a madurar como persona, a ser más empático, a luchar por las cosas en las que creo y a ser más cariñoso. Y también a perder la paciencia, a generar ojeras a un ritmo que ninguna crema puede reducir y a alimentar el bote de las preocupaciones.
Aprender a escribir mejor con un hijo de una década de vida ha sido una tarea constante. Su ingenio, similar al de otros niños de su edad –pero el ingenio en un niño de su edad que yo he conocido–, de alguna forma me ha servido como acicate para intentar mejorar ante sus continuas muestras de interés por leer mis textos. Yo le sirvo como espejo, como fuente de inspiración, como confesor de sus aventuras más surrealistas.
–Papá, ¿qué has escrito hoy? Yo me he inventado un nuevo videojuego.
–El tercero hoy, ¿verdad?
Y a continuación me narra la historia del videojuego durante 45 minutos, se recrea en el worldbuilding sin tener ni idea de qué es eso, me describe decenas de personajes –incluidos los jefes del final de cada fase–, inventa reglas y objetivos a completar… Y yo tengo que reconocer ante él que apenas he escrito dos frases torpes esa mañana.
A todos los padres nos gusta guardar los hechos remarcables de nuestros pequeños. Mi madre atesora una caja con las calificaciones y los dibujos de sus tres hijos. La última vez que la revisó delante de nosotros, había varios dientes de leche. Pobre Ratoncito Pérez, que no recibió su botín a cambio de las monedas que dejaba bajo la almohada.
Cuando comprobé, orgulloso, que mi hijo no paraba de soltar por su boca perlas dignas de las mejores almejas, supe que debía hacer algo con ellas, además de un collar.
En cierta época de mi vida yo tonteé con Twitter, perdiendo el tiempo como otros miles de usuarios, pero también descubriendo un mundo de gente con un talento increíble. Afortunadamente le saqué partido profesional y mereció la pena. En cuanto a mi hijo, la idea de usar hashtags fue el empuje definitivo que necesitaba.
Cuando Marcos cumplió cuatro años, se me ocurrió ir publicando sus frases y diálogos más ingeniosos. Han pasado ya seis años, 72 meses que han dado para decenas de tuits y que, de alguna forma, han ido escribiendo su propia historia. Hoy te muestro algunos con el pecho henchido de orgullo paterno y la esperanza de que te sientas identificado con las frases de tu propio hijo o al menos, disfrutes de estas.
#MiHijoDe4Años
#MiHijoDe5Años
#MiHijoDe6Años
#MiHijoDe7Años
#MiHijoDe8Años
#MiHijoDe9Años
Si te has quedado con ganas de más, hace tiempo escribí un relato desde el punto de vista de mi hijo: Mi papá es un superhéroe.
Algunas de las frases son oro puro. Es precioso cuando son tan espontáneos, tan ingenuos.
El mío es chiquitito, todavía no tiene dos años, pero le he hecho un bote de pensamientos. Lo voy llenando con cosas que hace, tipo “hoy te has sacado los zapatos y se los has puesto a las patatas”.
Genial. No dejes de llenar ese bote 🙂
Que buena idea has tenido para conservar sus frases y pensamientos. Tienes un tesoro. Te vislumbro como un buen padre.
Disfruté mucho tu post. Un beso para tu hijo es un chico genial.
Gracias, Eva. Tengo mis momentos también, pero es que ser padre (o madre) es muy duro. Aunque cosas como esta (y muchos más) lo compensan 🙂
Qué rápido crecen. No te das ni cuenta.
Ya te digo. En el tiempo que escribí el artículo creció 5 centímetros 🙂
Pero por favor, qué maravilla. Yo también tengo un artista de 6 años y creo que voy a copiarte la idea de compartir sus reflexiones porque las de tu hijo me parecen sensacionales y llenas de ternura.
Enhorabuena, superpapá.
Gracias, Izaskun. Te animo a ello y a que las compartas con nosotros.
Se me han escapado varias carcajadas mientras leía los tweets. Me declaro fan de tu hijo 🙂
Se lo diré, Montse. Y gracias por comentar 🙂